La inversión en la conservación del bosque amazónico podría influir en la violencia en contra de las mujeres indígenas. Esta es la primera de una serie de tres notas que develan porque la violencia de género es inaceptable cuando hablamos de salvar a la naturaleza.
La estatua de la mujer kiwcha estaba en la plaza central de Archidona, Napo.
Foto: Elena Mejía
Dulfay, flor en Kiwcha, irrumpió en mi carpa asustada. Era la noche de un domingo en una comunidad en la Parroquia La Belleza de la provincia de Orellana. Ella huía de su padre borracho que quería violarla. Su madre tratando de defenderla había sido golpeada hasta quedar inconsciente en medio del patio de tierra. Yo estaba ahí con un grupo de estudiantes, en medio de un levantamiento de información a comunidades Kiwchas y Shuar beneficiarias de proyectos de conservación y manejo forestal a lo largo de la Amazonía.
Dulfay tenía trece años. Su padre, en la mañana de ese domingo, había vendido madera a un intermediario y más tarde, había usado ese dinero para comprar licor. La familia de Dulfay era parte de un proyecto financiado por la cooperación internacional. Fue ahí, que entendí como el dinero de ese proyecto, de alguna manera, le permitió a ese hombre vender madera con prácticas sostenibles y también agredir a su propia hija.
La posibilidad que este proyecto, que por un lado buscaba el manejo forestal sostenible, también podría por el otro, propiciar espacios violentos, fue algo que recalqué en mi informe. En mis conclusiones anoté: "la degradación del bosque y los esfuerzos de conservación influyen por igual a que exista más violencia de género".
Claro que no era culpa del proyecto per se, ni del donante, pero el no tener un enfoque de derechos frontal como política de inversión, solo diluyó la violencia estructural sobre las mujeres indígenas, resaltando sólo las mejoras en los aspectos técnicos y económicos del aprovechamiento forestal y por regla de tres de la conservación. Y a pesar de que las mujeres fueron la mano de obra familiar más usada en las cortas forestales, nunca se consideran sus necesidades y sus problemas.
Desde ese domingo pasan dos cosas conmigo: la primera, odio los domingos en las comunidades amazónicas, porque es el día donde más alcohol y violencia se gesta en el bosque; y, segundo, estoy alerta sobre cuán machista puede ser el sector más verde de la cooperación, el ambiental.
La necesidad global de salvar el bosque a toda costa frente al cambio climático, la tala ilegal, el tráfico de especies, la minería, etc., ha colocado a las comunidades indígenas en una posición inexpugnable y casi inmaculada por su rol en la defensa de los territorios amazónicos. Este imaginario de cuento de hadas o película de Avatar es crucial para sostener a muchas organizaciones de base indígenas y ONG que están dispuestas a justificar todo en nombre de la cultura, la ancestralidad y la lucha por un mundo mejor, aunque esto sea, en detrimento de los derechos de las mujeres indígenas.
Veamos unos datos
La Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres (ENVIGMU) del 2019 presentada por el INEC, muestra claramente que las provincias amazónicas protagonizan la violencia psicológica, sexual, ginecológica y patrimonial. La violencia patrimonial tal vez la menos voceada se da cuando las mujeres son limitadas en su derecho a la propiedad. Esto es tan común en las comunidades amazónicas, donde solo los hombres heredan las tierras o manejan las cédulas de ciudadanía de sus esposas para que no puedan realizar trámites. Esta realidad la retrató una colega y amiga Elvira Alvarado desde su testimonio, el cual merece ser releído, porque visibiliza cómo las mujeres indígenas son las que menos derechos tienen sobre los territorios que tanto defiende el discurso ambiental.
No tendría el espacio en Bitácora Ambiental, para presentar mi aburrida interpretación de los datos del INEC. Entonces voy a relatar lo general, el “take home message”, para quienes están en el sector ambiental. Ustedes saben cuánto nos gusta los anglicismos. El mensaje central es que en la última década, con datos por arriba del promedio nacional, la Amazonía lidera la violencia de género en el Ecuador. El cambio no es sustancial desde 2011 a 2019; es decir, se mantienen casi los mismos números en Morona Santiago, seguida de Pastaza y Napo que ocupan los primeros lugares. Esto, en realidad, puede ser mayor, pues el tema de maltrato a la mujer en el contexto indígena se oculta.
Encuesta INEC sobre violencia de género 2011-2019.
Abro un paréntesis ¿Les he contado que yo pasé parte de mi juventud en el Tena, Napo? y que ahí vive aún mi padre. Hace un par de semanas cuando lo visitaba, recogí a mi amiga Lucy de su comunidad cerca al Puyo. Era un domingo, y de su comunidad salían tres camiones de madera dura, seique. Mi amiga estaba con su sobrina a quien su marido le había golpeado por la sencilla razón de no entregarle los cinco dólares que había hecho el día anterior al vender unos productos de la chakra. Él quería ese dinero para comprar cerveza, porque el dinero de la madera ya se lo había bebido. Era domingo en la Amazonía y fuimos a buscar una comisaría de la mujer. Cierro paréntesis.
Según el diagnóstico de las Mujeres Amazónicas, realizado por PROAMAZONIA en 2019, los niveles de violencia física, psicológica, sexual y patrimonial exceden los promedios nacionales como ya vimos en los datos del INEC. Es decir, las mujeres amazónicas son más violentadas y en los últimos años nada ha cambiado. Así también, la tasa de feminicidios y embarazos adolescente es sustancialmente mayor. Si en este momento, usted como yo, persona con conciencia ambiental, desde la comodidad urbana de nuestras casas encontramos que esto es terrible, entonces es momento de darle un vistazo a los datos de ese reporte. Aquí las autoras citan a la violencia de género como “la expresión extrema del control que experimentan las mujeres”, las mujeres en la Amazonía, las mujeres indígenas.
Los números siempre son alarmantes, pero ¿Por qué pasa esto? La voz de Suritiak Naichap Juanga en Morona Santiago
Suritiak Naichap Juanga, activista por los derechos y artesana. Vive en Morona Santiago. Fotografía: Cortesía
"Yo quiero dejar bien claro que debe haber un derecho equilibrado entre hombres y mujeres. En Morona Santiago es muy difícil que las mujeres puedan opinar libremente. A veces tengo esa sensación que la mujer indígena solo nace para servir. Hace tres meses estuve en Perú donde quedó parte de la cultura Shuar cuando dividieron el territorio. Ahí vi muchas mujeres sumisas que aparte del gran trabajo que tienen en su entorno, tienen que atender a sus esposos.
En esa visita me llamó la atención ver a un hombre bien vestido hablando del desarrollo del pueblo indígena, pero ¿Qué hay de la mujer indígena? Él hablaba de los derechos del bosque, del territorio y de los pueblos, pero siempre en relación a los problemas masculinos o comunitarios. Ese es el machismo indígena, me dije, el solo pensar en todo como masculino.
La realidad, es que no hay mujeres empoderadas como líderes. Los hombres no lo permiten. El hombre nos vende un espejismo en donde nos hacen creer que las mujeres luchan por el territorio, pero no nos permiten ese espacio. No se piensa en la mujer como un ser, porque se considera que la mujer es objeto. Pero las mujeres sí podemos, aunque muchas viven cautivas. Las mujeres indígenas tienen miedo de liberarse porque tienen hijos e hijas. Si tu dejas a tu esposo, pueden matar a tu padre o a tu familia. Y entonces pienso, esta mujer por miedo no tiene valor de hacerlo.
Yo, tengo muchas contradicciones con mi misma cultura y con mi mismo género. En las familias la violencia contra la mujer ha sido ocultada, nadie dice nada. Las mismas mujeres callan. Y yo les digo, eso no es la vida, libérate de eso. La mujer prepara la chicha y luego el hombre borracho la maltrata. Es importante tener amor propio nadie tiene derecho a posesionarse de nuestras vidas.
En muchas familias, existe abusos sexuales por parte de los mismos familiares en contra de las mujeres. Y si lo cuentas, la misma familia, madre o padre empiezan a discriminar a la mujer por hablar. Le dicen que está inventando y denigran a la mujer que es víctima para no manchar a la familia. En las comunidades los derechos no son cumplidos. Yo si he hablado de esto, pero estas cosas son invisibles. Y a veces se desvía por las mismas mujeres que tienen que regresar a ese entorno familiar.
“La lucha de las mujeres tiene que ser más fuerte que el miedo”
Es necesario dar capacitaciones para mujeres y hombres que sirva para crear un desarrollo de partes iguales. Eso las organizaciones de base no lo hacen. Hace unos quince días vi una capacitación en Pastaza sobre derechos de las mujeres y es bueno, excelente. Pero en la mayoría de los casos, las pocas mujeres lideresas no posicionan la necesidad de terminar con la violencia de género. No encuentro a una mujer en esas organizaciones que encuentre la valentía de decir: ya basta. Tienes a las mismas mujeres y a los mismos hombres contradiciendose y las que quieren decir algo tienen miedo. Hay mujeres indecisas y otras luchadoras, pero la mayoría tiene miedo.
Yo no quiero hablar mal de las organizaciones, pero soy frontal. El dinero debe ir directo a la comunidad, a quienes lo necesitan. Y quienes más lo necesitan son las mujeres indígenas. Hasta ahora no he visto el desarrollo sostenible, a veces pienso que no existe y que nunca se ha dado. Debe haber un proyecto donde el desarrollo y la conservación del bosque en las comunidades sea igual a la libertad de las mujeres. Esto debería ser claro y un requisito. ¿A dónde debería ir ese dinero que manejan las bases? Pues es simple a las mujeres de las comunidades".
"Mi mensaje para todas las mujeres es que para liberarse de todo el esquema de la violencia externa e interna, la mujer debe tener claro que el amor propio y el valor es muy importante".
Y que ha pasado entonces en la última década
Entre el 2011 y el 2019, es verdad que ya se hablaba con normalidad sobre equidad de género en el contexto ambiental, pero en mi opinión, ese ecofeminismo era ideológico y bastante lejano a las vidas de las mujeres amazónicas. Esa es la realidad que Suritiak describe en sus palabras. Sin embargo, es importante recalcar que la acción colectiva de las mujeres en la Amazonía ha mejorado a nivel local, pero no así, a nivel de las organizaciones nacionales. Aún falta para ver a una mujer como presidenta de la CONAIE o de la FECONAIE en el caso de la Amazonía y porque no, como presidenta del Ecuador.
En mi visión de esta última década, el paulatino empoderamiento de las mujeres indígenas en la Amazonía se da por una necesidad de responder ante la transgresión de su derecho a sobrevivir con sus hijas e hijos. Recordemos que la desnutrición en las comunidades amazónicas es alto como ha sido anotado por UNICEF. El pelo amarillo en las cabezas infantiles que retratan las fotografías de los proyectos no son nada menos que desnutrición.
En algún momento algo cambió en ellas, tal vez el trabajar los suelos de la chacra, participar de la corta de madera, agotarse ante el cuidado familiar y ver que todos estos roles no aseguraban el tener alimento y bienestar. A todo esto, pienso se sumó el hecho de que los hombres son quienes toman las decisiones comunitarias sobre el extractivismo y esto detonó el “basta”.
El "basta" de estas mujeres no se basaba en una teoría feminista proletaria, si no más a una reacción orgánica ante el hecho que el manejo del dinero, por parte de los hombres, terminaba casi siempre en la compra de alcohol. Y a que las actividades extractivas solo empeoraban este patético panorama.
A un contexto de décadas de violencia familiar y comunitaria, se sumaron en estos últimos tiempos un aumento sin precedente de la violencia externa por la extración de los recursos naturales. Esa violencia externa aún se visibiliza cuando el Estado, las empresas e intermediarios entregan el dinero de una exploración minera, una sísmica petrolera o una corta forestal sólo a los hombres.
Tomo un respiro para enfatizar a mis colegas del área ambiental, que la violencia y el machismo en las comunidades indígenas de la Amazonía no llegaron con las actividades extractivas, ya estaban ahí como parte de un patriarcado ancestral. Solo que las ignoramos y ahora son peores.
Esta observación ínfima que hago en este texto con base en mi experiencia, ha sido mejor trabajada por María García Torres en algunas publicaciones, de las cuales resalto su análisis sobre “La historia socio-ecológica de Pastaza desde el lado oculto: el papel de las mujeres indígenas en los conflictos por la defensa del territorio” donde escribe sobre el rol crucial de las mujeres en el reclamo de los espacios en las organizaciones como la CONAIE y la FECONAIE; y, de cuyo texto recabo estas líneas que son brillantes y me conmovieron hasta la rabia “ (las mujeres indígenas) inmersas en un entramado de relaciones de poder frente a los actores internos y externos, ejercen la defensa territorial atravesadas por unas vidas desbordadas de responsabilidades y trabajos; unas vidas cruzadas por la violencia machista que viven de forma cotidiana; unas vidas que quedan expuestas al cuestionamiento social bajo estrictos modelos de conducta basados en valores morales patriarcales” .
Las conclusiones de García (2017), me lleva a confirmar que en la década pasada algunas organizaciones de mujeres amazónicas comenzaron a moverse por hartazgo y eso significó que también empezaron a buscar por su cuenta dinero en la cooperación internacional y el Estado. No confiaban en las bases indígenas masculinizadas. Por ejemplo, Elvira Alvarado lideresa Kiwcha, en su testimonio de las mujeres amazónicas del Napo, cuenta como esta asociación fue chantajeada por una organización de base liderada por hombres quienes les robaron de la forma más cínica posible. Dinero verde para el desarrollo de los pueblos indígenas. Dinero que debía consolidar el territorio indígena femenino. El Estado fue cómplice y encubrió estos hechos.
Pero aquí, en este minúsculo espacio escrito, lo decimos una vez más y lo seguiremos diciendo: esto es violencia hacia las mujeres. No es menos violencia porque el perpetrador sea una persona o ente que defiende el bosque. Porque recordemos, que el machismo también es verde.
"Los asuntos de las mujeres no son cruciales en este momento. Ahora vivimos un problema más grande y es REDD+ y el intento de apropiación de los bosques por parte del mercado". Antropólogo de una ONG inglesa, en una comunidad indígena, en el marco de una reunión de REDD indígena en 2011, cuando un grupo de mujeres se levantaron a reclamar un espacio y fondos para ellas.
¿Qué hacer?
Para mí, la respuesta es más que obvia y está en manos de los entes de financiamiento: no le den dinero a nadie hasta que se establezcan estándares rigurosos sobre el enfoque de derechos en los proyectos de conservación. Es inaceptable seguir financiando una lucha por los bosques, en tanto no erradiquemos la violencia del sector ambiental a todo nivel, aunque el más urgente sea el de las mujeres indígenas en la Amazonía.
Existen los mecanismos, no hay que inventar el agua tibia. ONU Mujeres ha trabajado con el Ministerio de Finanzas en el clasificador de equidad y ambiente para saber cuánto dinero se distribuye en las instancias estatales para estos temas. De igual manera el Ministerio de Relaciones Exteriores conoce cuánto dinero se invierte de la cooperación en ONGs ambientales. Y el Estado en general debe implementar mecanismos para que este dinero no aumente la desigualdad. La Unión Europea tiene una clara política de género, al igual que cada donante del panorama verde. Es momento de aplicarlos y fiscalizarlos.
Por otro lado, en nuestro día a día, usted no crea que todo lo que brilla es verde. Si ve una publicación de la Pachamama, la conservación de la Amazonía y los derechos de los pueblos indígenas, ahora tiene más elementos de juicio para reflexionar que por detrás de la lucha ambiental puede existir una historia oculta de violencia estructural en contra de las mujeres indígenas.
Entonces, si no ve a mujeres indígenas hablando sobre el bosque, si no ve mujeres indígenas representando a las nacionalidades en las reuniones, si no ve mujeres indígenas liderando los proyectos de la cooperación o en las ONG nacionales e internacionales, si no ve que los números de la violencia de género disminuyen en la Amazonia… a lo mejor es momento de preguntar directamente: ¿Dónde están los derechos de las mujeres en la conservación?
Que no participen las mujeres de los espacios visibles es una cuestión cultural…Si estuvieras atenta a toda la presentación verías que pusimos las fotos de estas mujeres y algunas hablaron, sino aparecieron en la publicidad es porque no eran especialistas... El representante de la comunidad donde el proyecto sucede es hombre y por eso es él quien presenta los resultados, así de simple... Hicimos lo posible para tener mujeres, pero es un campo en donde no hay… Estas fueron las justificaciones ante mis reclamos por la falta de presencia de mujeres en la semana de la conservación, INABIO 2021. Proyectos financiados con fondos públicos y de la cooperación.
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