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No escojamos el camino más fácil para reportar los conflictos socioambientales en la Amazonía

Foto del escritor: Elena MejíaElena Mejía

Desde mi visión de investigadora en temas socioeconómicos ambientales, estoy enojada con quienes ejercen el periodismo sin profundidad y es la única manera que encuentro para escribir lo que sigue.


He pasado años trabajando temas de cadenas de valor sensibles como la madera, palma, cultivos, ganadería, etc., que cambian el bosque a otros usos de suelo. Los lugares donde esto sucede usualmente son las zonas de frontera por sus particularidades y abandono. En estos sitios no existe una sola salida a las situaciones adversas que viven las comunidades indígenas y mestizas. Conflictos armados, abandono estatal, tráfico, etc.


En este panorama estas comunidades comercian con madera de sus bosques. Por que el primer punto por entender es que indígenas y mestizos comercian con su madera y en general con sus recursos forestales y no fofestales. Sin embargo, muchas veces esa negociación es injusta porque existe una red de intermediación en donde convergen muchos actores. Entonces por años la pregunta de investigación ha sido ¿Cómo mejorar la negociación equitativa?


Para entender mejor esa pregunta, yo participé de equipos de investigación entre las selvas de Ecuador y Perú además de Bolivia, Brasil y Colombia. Y por eso quiero hablarles, no de las respuestas que encontré, porque eso lo pueden leer en libros y reportes. Quiero hablarles de los entretelones del trabajo, porque eso que solo se vive y no se publica, es lo que verdaderamente falta por decir.


Cuando ustedes leen una noticia o publicación sobre conflictos socioambientales como la venta de madera ilegal o la deforestación deben entender que detrás hay intereses. Por un lado, genuinos intereses por investigar y buscar soluciones, por otro lado, bueno lo opuesto. Ambos intereses cuentan con equipos, ambos producen información que llega al público solo que con contenidos diferenciados. Por esta razón es esencial saber quien pone el dinero detrás de la información que digerimos a diario en especial sobre la naturaleza. Aunque no lo crean existen medios de comunicación que son pagados por la gran industria extractivista. Y no hay nada malo en tener financiamiento, pero al menos a mi, me gusta saber quien pone el discurso en mi plato.


En todo caso para explicar mejor les puedo decir que las diferentes investigaciones, yo las divido en largas, cortas y periodísticas. Las largas se logra con financiamiento que por lo general se canaliza desde centros de investigación internacionales, universidades o gobiernos. Duran años. Por otro lado, están las investigaciones cortas que se realizan para responder a preguntas que ayudan a entender problemas puntuales. Estas suceden en meses. Por último y muy importantes, porque llegan a muchas personas, están las periodísticas que tienen como fin difundir un tema. Estas por lo general duran semanas y a lo mucho meses.


Entonces volviendo a los intereses son los periodísticos lo que no entiendo en su totalidad, porque en muchos de los casos me arriesgo a decir que solo buscan atraer fondos, seguidores, no sé. Este tipo de seudo investigación que he visto a lo largo de los años causan más daño que bien. Este tipo de trabajo investigativo periodístico, tal vez hasta bien intencionado, en mi opinión no cumple un protocolo de ética. Es decir, no le importa asegurar que quienes intervienen en sus historias no pagarán los platos rotos al evidenciarlos. Solo les interesa publicar para ser leídos o para atraer recursos.


Así miré en Perú, en tanto yo trabajaba ahí, a personas de la National Geographic sobrevolar espacios de pueblos no contactados y sacarlos a la luz como una novedad. Me encontré con el equipo en el hotel donde comía. Algunos fotógrafos no se detenían ni un minuto a preguntarse si lo que hacían era bueno o malo. Solo querían publicar. Aún leo esa revista. Siguen publicando sobre los pueblos no contactados que son afectados por los madereros y otros cambios de uso del suelo, pero quien abrió la caja de pandora fueron ellos. Aunque también hay que decir que abrieron el camino al debate del rol del Estado peruano con los pueblos en aislamiento voluntario. Recalco que es mi opinión.


En decenas de horas surcando los ríos de Ucayali en Perú, me encontré gente comprometida de medios de comunicación, por lo general profesionales independientes con los que pude trabajar y a quienes guié para que sus lindas publiciones salieran hasta en el New York Times. Estos profesionales entrenados en el medio científico hacían esfuerzos notables para comunicar la investigación que se conducía en medio de la selva para apoyar el objetivo primordial que era mejorar las negociaciones equitativas entre las comunidades y los madereros o intermediarios. Para mostrar luego a la público, el cuadro más grande que muchas veces los equipos de investigación no sabemos comunicar.


Al igual que esos buenos profesionales también me encontré ONGs y equipos periodísticos vendiendo un discurso a las comunidades sobre ser “los guardianes del bosque”, gente que como yo venía de la ciudad y que no iva a quedarse a vivir ahí. Gente que debía ser ética y evitar tomar información, generar más confusión y luego irse, dejando a las comunidades vulnerables y con conflictos más fuertes. Gente que luego hacía publicaciones en portales de noticias ambientales mostrando su repudio a la muerte de Edwin Chota, cuando desde mi visión, ellos habían contribuido de manera notable a la violencia que trajo la muerte de este dirigente. No tenían intención en mejorar el conflicto solo posicionar un discurso y atraer donantes.


Para mí, así murió Edwin Chota Valera, murió porque equipos periosíticos asociados a ONGs causaron con sus publicaciones más conflictos entre las comunidades y los madereros/traficantes/mineros y luego se fueron. Abandonaron a Edwin Chota en su lucha diaria. Esa lucha no era para él, una cruzada ambiental, sino pura sobrevivencia. Yo seguí trabajando en ese río y nada cambió. Un año después el New York Times publicó fotos de madereros siendo retenidos como si ese fuera el problema de fondo. Por qué el tema de la madera ilegal y en general el tráfico, no es solo los madereros y los traficantes, es también el abandono del Gobierno peruano a las comunidades indígenas y mestizas. Comunidades que buscan sobrevivir en escenarios desfavorables en donde la ley no llega. En donde la ayuda del Estado y las condiciones mínimas para vivir aún son una gran deuda.


Hoy me topé con un anuncio de una nota sobre la deforestación y la ilegalidad en Ucayali, ahora no solo de madera, pero también del narcotráfico. La nota "evidencia" la relación entre madera y coca en estas zonas donde alguna vez trabajé. Donde sigue morando gente que quiero. Gente a la que pusieron en riesgo. Eso no es una noticia nueva, los conflictos socioambientales en la selva peruana estaban ahí, siguen ahí y seguirán ahí porque son complejos. Por eso merecen un abordaje ético. No por nosotros que vivimos en la comodidad de nuestras casas y bajo ciertas seguridades, sino por la gente a la que nuestras publicaciones científicas o periodísticas intervienen. Gente que se queda en esos duros lugares para vivir. Gente con familia y sueños. Por eso me repugna no cubrir las formas al momento de comunicar.


Y por primera vez me permito decir algo en general sobre el narcotráfico en la Amazonía. La gente que vive en estos sitios donde hay cultivos ilícitos y tráfico venden su mano de obra a diferentes postores porque no tienen oportunidades de un ingreso fijo. Esto aplica tanto para comunidades indígenas y mestizas. La gente se ocupa en su propiedad, venden su mano de obra para la recolección de hoja de coca, corta de madera, agricultura (palma, cacao, etc.)-ganadería y otros. Tienen una alta diversificación para poder sostener lo que yo llamo “su renta mínima deseada”. Esa renta puede o no puede ser de sobrevivencia, pero es lo que esa familia aspira mínimamente a tener para cubrir su forma de vida, para evitar ser pobres o más pobres.


Los conflictos socioambientales surgen muchas veces porque el equilibrio de esos medios de vida se rompen, sea por un precio injusto, un pago desleal o por que el tejido social alrededor de estas cadenas de valor se ha corrompido por el alcohol, la prostitución y los juegos de azar. Sin hablar del tráfico de personas, que es un tema que me rompe no solo el corazón sino el alma. Pero de estos temas nunca he leido un solo reportaje.


Por eso, aunque no soy religiosa admiro mucho a la iglesia misionera ética, porque también los he visto trabajar ahí y hacer algo que nadie más hace: quedarse. Lidiar con la situación. No solo agitar las aguas y marcharse. En estos escenarios que relato debemos actuar con cautela al intervenir en esa realidad que no es diferente por cambiar de país, Ecuador, Bolivia ni si quiera en el caso colombiano. Son las personas de nuestras historias las que conviven con el conflicto socioambiental y con las cuales debemos ser empáticos. A la final son ellos y ellas quienes se quedan ahí.


Debemos recordar que las repercusiones de nuestros estallidos narrativos son para esas comunidades. Evidenciar un problema socioambiental viene con una responsabilidad enorme. Un compromiso de ser consecuentes y acompañar a esas personas de las que escribimos. Sí acompañarlas. Hay mil formas de evidenciar las situaciones injustas con la gente y la naturaleza, no escojamos el camino más fácil por ser noticia, generar seguidores y obtener financiamiento. No podemos lucrar de una mala situación. La información debe aportar a mejorar el mundo. Y si quieren evidenciar a alguien ponerlo en la palestra háganlo con la gran industria donde muchas veces todos estos conflictos inician y terminan.


Por eso creamos Bitácora Ambiental porque existe muy poco periodismo independiente y de investigación sobre la naturaleza. Periodismo que aporte a las soluciones y que señale a quien deba señalarse. La evidencia está ahí apuntando a quien debe es solo investigar y mostrar la profundidad de los hechos. Hay que dejar en paz a la gente que vive las consecuencias de un tejido económico y financiero que mueve la maquinaria del extractivismo. Hay que ser valientes de la manera adecuada.


Foto Elena Mejía. Río Ucayali. Una familia indígena descansa luego de acarrear bolaina (Guazuma crinita) duarnte cinco días río abajo, para llegar al puerto de la ciudad de Ucayali y venderla. Durante la investigación las entrevistas con cada miembro recopilaron la importancia de la venta de maderas suaves para completar el ingreso familiar aunque la ganacia fuera poca. La Bolaina como la Balsa es una especie de crecimiento rápido que se comercializa para diferentes usos en Perú. Las tensiones con los intermediarios motivaron a la familia a intentar vender por su cuenta estas trozas. No ganaron dinero.





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